Un
golpe sordo me despertó sobresaltado, adormilado aún miré hacia la puerta.
Elivyän estaba acuclillado junto a ella haciéndome gestos con las manos para
que no hiciera ningún ruido. Permanecí
sentado sobre mi jergón intentando reconocer si aquellos golpes que se
escuchaban fuera de la cabaña pertenecían a algún tipo de animal y, en ese
caso, de qué animal podría tratarse.
-
¿Crees
que es un oso? –susurré.
-
No
lo sé, a juzgar por los golpes parece un bicho grande, pero he mirado por los
ventanucos y no he conseguido ver nada –dijo el elfo susurrando también.
-
Puede
que sea un jabalí y por eso no hayas podido verlo por el ventanuco –asintió,
sin apartar la vista de la puerta.
-
Un
par de golpes más como ese y lo tendremos desayunando junto al fuego en
cualquier momento –dijo Elivyän con una media sonrisa-; lo malo… es que el
desayuno seremos nosotros.
-
No
tengo intención de servirle de comida a ningún habitante de este bosque – dije,
sonriendo también-. ¿Has ideado algún plan para acabar con esa bestia?
-
Sí,
había pensado en agrandar un poco el ventanuco y salir corriendo a toda prisa
hasta uno de los árboles.
-
¿Y
el plan B? –El elfo abrió mucho los ojos mientras se tapaba la boca con una de
sus manos- ¿No hay plan B? –Negó con la cabeza mientras ponía cara de pena.
De
nuevo los golpes nos hicieron centrarnos en la pequeña puerta. La noche
anterior nos había parecido que aguantaría las embestidas de cualquier tipo de
animal, pero nos estábamos dando cuenta de que la habíamos sobrestimado y no
le quedaban muchos más golpes antes de ceder a la presión. Fue entonces cuando
me di cuenta de que el pequeño nudo que había en uno de los tablones había
comenzado a desprenderse y sobresalía ligeramente. Me ayudé con la punta de la
daga hasta que conseguí que saliera, dejando un pequeño hueco por el que
intentar averiguar de qué animal podría tratarse, pero estaba demasiado alta.
Lo único que alcancé a ver es que tenía cuernos. Podía ver las puntas de las
afiladas astas de un lado a otro de la puerta mientras que aquel bicho no
paraba de bufar.
-
Sea
lo que sea no parece estar dispuesto a abandonar la caza –dije sin apartar el
ojo de la improvisada mirilla.
-
¿Ves
algo?
-
Sí
–tras una breve pausa, contesté a Elivyän, intentando no dejar ver con mucha
claridad mi preocupación-. Tiene cuernos.
-
¿Cuernos?
¿Eso es todo? ¿Sólo ves cuernos?
-
Solo
veo las puntas. No tengo la menor idea de qué tipo de animal puede ser. Por más
que me esfuerzo no sé qué tipo de fiera de este tamaño puede tener unos cuernos
tan grandes.
-
¿De
este tamaño? ¿Cómo sabes cuál es su tamaño?
-
Porque
solo veo las puntas de los cuernos y te aseguro que están muy afilados. ¿Qué
sugieres que hagamos? –El elfo no contestó. Esperé unos segundos su respuesta,
pero como no decía nada, me aparté de la abertura para mirarlo a él. Parecía
concentrado, buscando rápidamente alguna estrategia que nos permitiera salir
indemnes de aquella situación.
-
¿Qué?
Dime algo rápido –la puerta volvió a crujir- No aguantará mucho más. Despierta
a los chicos y que estén preparados.
-
¿Qué
vamos a hacer?
-
En
la siguiente embestida abriré la puerta. Tenéis que salir lo más rápido
posible, intentaré dejarle encerrado dentro una vez que hayamos salido los
cuatro. Tenemos que aprovechar el momento en el que vaya a golpear la puerta.
Cuento con que la fuerza de la embestida le haga entrar hasta el fondo de la
cabaña, dándonos ese pequeño margen de tiempo para salir de aquí corriendo.
-
¿Hay
plan B? –Preguntó con gesto burlón Elivyän. Gesto que preferí ignorar
haciéndome el sordo.
Recogimos
nuestras cosas y nos colocamos junto a la puerta esperando que aquella bestia
se preparara para embestir de nuevo. La oímos ir de un lado para otro como si
quisiera encontrar la manera de derribar la puerta sin tener que esforzarse
mucho más de lo que ya lo había hecho. Sabíamos que sería una maniobra muy
arriesgada, aquel animal parecía estar cada vez más furioso y, sin duda, a
juzgar por sus esfuerzos para derribar la puerta, sabía que estábamos dentro.
La oímos alejarse de la puerta y bufar de nuevo. Levanté la mano para indicar a
mis compañeros que estuvieran atentos, desenfundé la espada y me preparé para
abrir justo antes de que la bestia arremetiera de nuevo. La oí acercarse a toda
carrera, levanté la tranca y la mantuve así hasta que calculé que había llegado
el momento de abrir.
-
Corred
–les grité.
Vimos
pasar ante nosotros las puntas afiladas de las astas y salimos corriendo lo más
deprisa que pudimos. Elivyän, que había salido el primero, cerró lo más deprisa
que pudo tras salir el último de nosotros. Escuchamos un tremendo impacto, las
paredes de la pequeña choza temblaron desprendiendo incluso el polvo acumulado
en la techumbre. Nos quedamos parados escuchando, no se oía nada. Nos miramos
unos a otros sin saber muy bien como deberíamos reaccionar. La razón me
aconsejaba abandonar la zona lo más rápidamente posible, pero la curiosidad por
saber de qué tipo de animal estaríamos huyendo me mantenía pegado al suelo como
si algún hechizo hubiera influido en mis pies manteniéndolos inmóviles.
Pasaron
algunos minutos que se me antojaron eternos. Nada. Recuerdo que incluso me
planteé la posibilidad de que el animal se hubiera desnucado contra la pared de
la choza, o quizá solo estaba aturdido. También cabía la posibilidad de que
estuviera inconsciente. Pensé en acercarme a mirar por alguno de los ventanucos
pero mis pies seguían negándose a obedecerme. De repente oímos un ruido que nos
sobresaltó, parecía como si se hubiera volcado uno de los muebles. Instintivamente
miré a mi alrededor, intentando a toda velocidad calcular las posibilidades que
teníamos de escapar de allí si la bestia se liberaba y conseguía salir de la
choza. Mientras mi mente calculaba a toda velocidad diferentes posibilidades
escuchamos un gemido de dolor. Miré a Elivyän.
-
¿Qué
demonios ha sido eso? –Pregunté, mirando al elfo con la esperanza de que él
hubiera identificado al animal, pero el elfo solo se encogió de hombros sin dejar
de mirar hacia la cabaña- ¿Has oído alguna vez un quejido semejante?
-
Nunca
–contestó el elfo.
-
Voy
a mirar por el ventanuco.
-
No
–gritó Yun mientras me sujetaba por la camisa.
He
de reconocer que me sentí aliviado por un momento de que la niña me retuviera,
porque justo en aquel mismo momento el animal volvió a quejarse y al mismo
tiempo la puerta pareció crujir suavemente, como si estuviera a punto de
abrirse.
Dimos
unos pasos hacia atrás como si nos hubiéramos puesto de acuerdo los cuatro al
mismo tiempo. Sonó de nuevo el lastimero
quejido, seguido de un potente bufido. Nos quedamos paralizados, la puerta comenzó
a abrirse despacio.
-
¡Por
las barbas del rey Korgen! ¡Por todos los dioses paganos, me he roto un cuerno!
Maldita sea mi suerte.
En
ese momento no pude apartar la vista de la pequeña puerta, pero imaginé que la
cara de mis compañeros no diferiría mucho de la que se me había quedado a mí. Cerré
la boca cuando noté que estaba a punto de caérseme la baba. Parpadeé varias
veces seguidas, supongo que con la intención de cerciorarme de que lo que
estaba viendo no era producto de mi imaginación, que por algún motivo había
decidido gastarme una broma.
Al
cabo de unos minutos conseguí moverme. Giré la cabeza y paseé la mirada por mis
compañeros que aún no habían sido capaces de reaccionar y mantenían la mirada
fija en el umbral de la puerta, observando petrificados aquella figura que se
dibujaba a contraluz y que nos miraba con la misma cara de asombro que nosotros
a él.
Nos
quedamos un rato largo mirándonos. Deduje que mediría como mucho metro y medio,
de complexión robusta pero no podría decirse que estuviera gordo. Más bien era
musculoso y potente. Poseía unos ojos profundos y oscuros y una larga barba que
había trenzado de igual modo que su larga melena rojiza. Intenté calcular su
edad, pero resultaba bastante difícil, ya que algunos enanos llegaban a vivir
alrededor de 400 años. Aunque era evidente que ya no era un chaval. Calculé que
su edad equivaldría a unos 35 o 40 años para los humanos. El enano avanzó un
par de pasos, salió de la choza y en ese momento la luz del día iluminó su
rostro.
Miró
al cielo poniendo los ojos en blanco y después se inclinó apoyando las palmas
de sus manos en las rodillas.
-
No
puede ser. Esto no me está pasando, no está pasando –repitió como para
convencerse a sí mismo-. Es producto del trompazo en la cabeza –nos miró sin
levantar la cabeza y volvió a repetirse-. ¡No, no y no! No puede ser.
-
¿Estáis
bien maese enano? –Intenté que mi voz sonara cordial, pero el hombrecillo ni
siquiera me miró.
-
Dos
elfos, una niña y un humano, ¿pero cómo es posible tanto infortunio? –se
restregó los ojos con los puños y volvió a mirarnos-. Definitivamente esto no está
pasándome a mí.
Avanzó
hacia nosotros dando grandes zancadas, bueno, todo lo grandes que le permitían sus
piernas. Se detuvo ante mí, meneó la cabeza negando y siguió caminando hacia
donde había dejado sus cosas, se agachó
junto a su mochila y dejó el cuerno que llevaba en la mano en el suelo para
dedicarse a buscar algo dentro de su bolsa. Nosotros le íbamos siguiendo con la
mirada, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Habíamos pasado varias horas
intentando escapar de… ¿UN ENANO?