
Un trueno lejano me devolvió a la realidad de la cueva, no tenía intención de cortar el descanso del elfo, sin duda se lo merecía. Pero me preguntaba si no sería lo más sensato, al fin y al cabo él era un elfo. Supuestamente estaban familiarizados con la naturaleza y conocían los secretos que para los profanos ocultaba. Miré al elfo que roncaba a pleno pulmón, viéndole así no parecía entender mucho de nada, una sonrisa asomo a mis labios, ante esa especie de iluminación que acababa de sentir, decidí dejar que siguiera durmiendo un rato más.
Elivyän Ancaitar era un hombre joven y apuesto, no es que a mí me lo pareciera pero había oído a las chicas comentarlo en varias ocasiones. Era un hombre alto para ser un elfo, de piel extremadamente pálida, recuerdo que cuando le vi por primera vez incluso llegué a pensar que habría estado recluido, probablemente escondiéndose de algún marido celoso, la sola idea de imaginar al elfo descolgándose del balcón de una bella dama me hizo sonreír, realmente me costó contenerme para no romper a reír. Como la mayoría de los elfos había dejado crecer bastante su oscuro cabello, que solía llevar suelto, tan sólo trenzaba dos mechones a los lados de la cara. Sus ojos vivos e inteligentes brillaban especialmente cuando miraba a una mujer hermosa, incluso diría que en el color ambarino de sus ojos brillaban algunas chispitas doradas, provocadas con toda seguridad por su pasión por la belleza, a la que había dedicado además parte de su vida. Era un hombre bastante locuaz, dominaba el lenguaje a la perfección y sabía utilizarlo con total maestría, no solo para conseguir los favores de alguna dama desvalida, también componía bellas melodías e historias. Elivyän te atrapaba en sus historias sin que te dieras cuenta. En resumidas cuentas era un vividor, aunque en ocasiones le había visto perdido en sus pensamientos, con la mirada perdida en algún punto del horizonte. En esos momentos me pregunto si bajo toda esa fachada no se esconde un corazón enamorado.
De nuevo los truenos que ahora sonaban más cercanos me obligaron a volver a la realidad. Me incorporé en mi jergón hasta quedar sentado y llame a Elivyän zarandeando ligeramente su pierna. El elfo abrió los ojos confuso, tardo apenas unos segundos en centrarse y recordar donde estábamos. Se desperezó estirando los brazos al tiempo que se le abría la boca y luego me miró sonriendo.
- ¿Has dormido algo?
Asentí como respuesta y volví a mirar hacia el cielo, el sol no había salido aun, aunque dudaba que se dejara ver esa mañana. Las nubes se habían tornado en oscuros nubarrones cerrados que amenazaban con descargar una gran tormenta.
- Date prisa en recoger, me gustaría llegar hasta la cueva que según Selil hay más arriba antes de que descargue la tormenta. Aquí no parece que vayamos a estar seguros.
Nos pusimos en pie de un salto, recogimos lo más aprisa que pudimos y un momento más tarde volvíamos a estar en camino. El viento arreciaba azotándonos la cara con la tierra que se arremolinaba ante nosotros dependiendo de la dirección del viento. El camino se estrechaba unos metros más adelante, trate de decírselo a Elivyän pero el sonido del viento era tan fuerte que apenas podíamos entendernos. Aunque estaba seguro de que él también se había dado cuenta.