La seguí por el sendero aminorando la marcha para no darle alcance, necesitaba un momento para asimilar lo que acababa de suceder. Me pregunté a mí mismo si aquella elfa de verdad estaría dispuesta a acompañarme en mi viaje y cuál sería el motivo que la impulsara a hacerlo. No la conocía de nada, mirándola caminar con sus pasitos cortos, casi como los de una niña, me costaba imaginarla como una hábil guerrera capaz de cercenar las cabezas de sus enemigos y sin embargo, viajaba sola, enfrentándose sin duda a gran cantidad de dificultades a lo largo de su camino, no solo las bestias, también los asaltantes y los ladrones que por desgracia cada vez se hacían más numerosos. Incluso había oído decir en Assen que se estaban agrupando en una especie de cofradía. Por suerte, nunca había llegado a toparme con más de dos o tres ladrones al mismo tiempo.
Llegamos al pueblo que bullía en un frenético ir y venir de los lugareños de un puesto a otro del mercado. Las mercancías más variadas, desde las más lujosas a las más imprescindibles, pasando por chucherías y baratijas sin utilidad alguna. Sedas, gasas, paños y todo tipo de telas, algunas incluso bordadas con pedrería. Miré al sastre que se afanaba en tomar las medidas de una mujer para pasar corriendo a otra. Sonreí al mirarle, un brillo lascivo asomaba a sus ojos, juraría que aquél viejo disfrutaba más tomando medidas que vendiendo sus ricas sedas. Los puestos de semillas se extendían a lo largo de la calle que conducía hasta los suburbios, los toldos de los puestos de diferentes colores adornaban la calle como si de una sierpe multicolor se tratara.
Caminamos despacio entre la gente hasta llegar a la plaza del ayuntamiento. Allí se habían instalado los puestos de los comerciantes más poderosos. Vigilados por los guardias, mostraban sus productos a los aldeanos más pudientes. Joyas, abalorios, perfumes exóticos y todo tipo de enseres traídos desde los puntos más distantes del reino. Los comerciantes anunciaban sus productos alzando la voz, intentado acallar al del puesto vecino vociferando aún más fuerte. Justo en frente del ayuntamiento se había instalado un vendedor ambulante de comida, tenia encendida una cocina de leña, el olor a la carne de venado cocinándose en las brasas se extendía por todo el mercado, sin duda era el puesto más concurrido. Nos acercamos hasta allí y nos sentamos en una de las mesas que quedaban disponibles.
Mientras Eolion acomodaba sus cosas entre la mesa y sus piernas, el camarero nos sirvió dos jarras de cerveza y dos raciones de carne. No pude esperar a que me trajeran el pan, no me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que el aroma de la comida me invadió por completo. Acabé con el guiso de carne antes de que la elfa hubiera terminado de dejar sus cosas en el suelo. Levantó la mirada del suelo y sonrió burlona mirando mi plato. Pedí una segunda ración que saboreé con más calma mientras charlaba con mi nueva compañera de viaje.
Contagiados por el ambiente que se respiraba en Assen los días de mercado nos relajamos, comimos mientras charlábamos compartiendo la comida y una conversación jovial… parecíamos un par de amigos de toda la vida. Eolion me habló de una anciana elfa. Según ella, esa mujer había vivido más que ningún otro ser de la comarca y probablemente del reino entero. Me dijo que quizá aquella mujer podría orientarme en mi búsqueda. Lo cierto es que dudaba de que una mujer elfa, por muy anciana que fuera, pudiera decirme algo sobre la matanza de mis padres, pero en este momento me hallaba en un punto muerto, no sabía por dónde ni de qué manera continuar mi búsqueda, ¿Qué podía perder por ir a verla? Sopesé las posibilidades en mi interior mientras Eolion hablaba animadamente. Haciendo gestos con las manos me contaba alguna de sus múltiples vivencias, yo sonreía de vez en cuando, no sé si ella se daría cuenta de que realmente no la escuchaba. No podía dejar de pensar en la posibilidad de que la anciana me pusiera en el camino de mi búsqueda, por un momento deseé que todo terminara, pero por otro lado me atemorizaba la idea de saber el motivo por el que habrían muerto mis padres y sobre todo de saber quién lo había hecho. No podría descansar hasta cobrarme su vida a cambio.
Necesitaba encontrar algunas respuestas, algunas incluso con urgencia: mi cuerpo había comenzado a cambiar, no era un cambio visible, pero yo lo notaba. Algunas escamas broncíneas habían cubierto una pequeña porción de mi cuello, a veces me subía la fiebre y la espalda me ardía como si me marcaran con hierros incandescentes. Al cabo de un par de días la fiebre cedía y el dolor desaparecía, pero en lo más profundo de mi ser sabía que estaba cambiando.