Durante los tres días que siguieron, nuestro viaje transcurrió sin incidentes. Caminábamos a buen ritmo parando tan solo para alimentarnos y para descansar. La confianza de Yun fue creciendo, aunque he de admitir que solo hasta cierto punto, ya que la muchacha no soltaba su bolsa prácticamente en ningún momento y, cuando se veía obligada a hacerlo, se aseguraba de tenerla lo más cerca posible. Seguía intrigándome el motivo por el cual se aferraba a su bolsa con tanto recelo.
Elivyän
también lo había notado, pero creo que su curiosidad era incluso superior a la
mía. En cuanto tenía la menor oportunidad increpaba a la chica intentando
sonsacarle lo que escondía. Al principio Yun se lo tomó como una broma, pero la
insistencia del elfo había empezado a incomodarla, llegando en alguna que otra
ocasión a desencadenar pequeñas disputas entre ellos.
A
lo largo de las últimas horas el cielo
había ido cubriéndose de nubarrones negros, la suave brisa que nos había
acompañado toda la mañana se había ido volviendo más fresca a medida que pasaban las horas,
tanto que al llegar la noche se hacía necesario incluso echarse por encima algo
de abrigo.

El
río había perdido gran parte de su furia y corría sosegado, tanto que incluso
parecía haber decidido parar en aquel pequeño claro para darse un descanso
antes de continuar su largo recorrido hasta el mar de las Brumas. A un lado del
claro, pegando casi a las raíces retorcidas de aquellos gigantes, se alzaba una
pequeña choza circular hecha completamente de piedra y cubierta casi en su
totalidad por espesas enredaderas. También el musgo había tomado posesión de la
parte baja de la choza de tal manera que la pequeña cabaña parecía brotar de la
misma tierra. La entrada, ligeramente
escavada en el suelo, estaba orientada hacia el sur, supongo que con la
intención de soslayar los vientos fríos del norte, evitando de esa manera que
el aire entrara por las rendijas de aquella desvencijada puerta.
Nos
acercamos despacio hacia la orilla del río, casi con remordimientos de pisar
aquel frondoso manto de flores, como si quisiéramos levitar en lugar de
pisarlo. Dejamos nuestras bolsas en una piedra plana junto a la puerta de la
choza y nos acercamos al rio, que como ya he dicho parecía haberse detenido a
contemplar la belleza de aquel pequeño y mágico paraje.
-
¿Creéis
que esta casa esté habitada? –Preguntó después de un largo silencio Yun, que
alternaba la mirada entre el agua del rio, nuestro pequeño grupo y la puerta de
la choza.
- No
parece probable –contestó Elivyän sin levantar la mirada del agua. Le miré de
soslayo, casi sin hacer movimiento alguno; el rumor sosegado del agua nos tenía
casi hipnotizados-. Fijaos en las raíces que intentan apoderarse de la puerta.
Nos
volvimos casi al mismo tiempo a mirar la puerta. Tenía razón, algunas raíces de
los inmensos árboles salían del suelo y ascendían entrelazadas por la pequeña
abertura que quedaba entre el suelo y la madera de la puerta. Casi como si el
bosque quisiera recuperar el terreno que le había sido robado tiempo atrás. El
resplandor de un relámpago iluminó el pequeño claro, no sé en qué momento se había
hecho de noche pero lo cierto es que o llevamos un buen rato atontados mirando
el agua o se nos había echado la noche encima sin darnos cuenta. Unos minutos
después, un estruendoso trueno o quizá la lluvia que había empezado a caer, nos
devolvió a la realidad.
-
Démonos
prisa o acabaremos calados hasta los huesos.
Elivyän,
con su machete en la mano, se dirigió hacia la pequeña puerta y comenzó a
golpear las raíces que, obstinadas, parecían no querer liberar su pequeña
presa. Tomé mi cuchillo y me sumé al
esfuerzo del elfo por liberar la puerta. Arhavir, que hasta ese momento se
había mantenido junto a Yun intentando protegerla con un trozo de manta
bastante ajado, se acercó a nosotros, extendió las manos en dirección a las
raíces y murmuró algunas palabras ininteligibles. Elivyän y yo nos quedamos
paralizados cuando ante nuestros incrédulos ojos las raíces parecieron cobrar
vida, se fueron desenredando despacio y retirándose hasta lo más profundo de la
tierra, dejando así libre de ataduras la entrada de la choza. La puerta emitió
un crujido que parecía más un quejido lastimero. Entramos primero el elfo y yo,
seguidos inmediatamente por el mago y la chica, que cerró la puerta tras de sí.
La
estancia estaba oscura, tras unos segundos que tardaron mis ojos en
acostumbrarse a la penumbra puede ver una especie de chimenea justo en el
centro de la estancia. Aún contenía restos de ceniza. Busqué madera con la
mirada esperando que aún quedara dentro de la choza, porque para ese momento
llovía a cantaros y habría sido bastante difícil prender fuego en la leña
mojada. Arhavir volvió a susurrar y la pequeña habitación se iluminó con una
tenue luz azulada. Elivyän se acercó, cogió algunos troncos que había apilados
bajo uno de los ventanucos y los depositó en el centro de la chimenea circular.
-
Vamos,
pequeño mago, haz que ardan –dijo sonriendo de oreja a oreja-, estamos calados,
si no nos secamos rápido acabaremos enfermos y consumidos por la fiebre – se
apartó de la chimenea animando al mago con gestos, sin borrar la sonrisa
burlona de su rostro.
-
No
es tan sencillo –protestó el joven elfo- aun no domino el fuego, podría
incendiar toda la choza.
-
Ya
me parecía demasiado bueno para ti, en todo el viaje no te hemos visto ni
siquiera practicar, mucho menos hacer magia. Me tienes anonadado. Has sido
capaz de convocar luz; tenue, pero luz –soltó una risilla burlona
-
Déjalo
en paz, siempre estas con tus bromas, que por cierto, sólo te hacen gracia a ti,
por si no has notado que nadie más se ríe – Arhavir se sonrojó, pero sus ojos brillaron
intensamente al ver cómo Yun salía en su defensa. Sonreí aprovechando que había
poca luz y que ninguno de ellos podía verme.
-
Dejadlo
ya –corté, tajante-. Tengo en mi bolsa eslabón y pedernal, ¿puedes alcanzármelo,
Elivyän?
-
Claro.
Un
rato después nos calentábamos junto al fuego. Nos habíamos quitado la ropa
mojada y habíamos cocinado algunos trozos de carne, unas patatas y algunas
castañas que aún nos quedaban de lo que habíamos cazado o recogido por el
camino. Después de cenar, Elivyän había tomado su laúd y canturreaba mientras
los chicos se habían acomodado cerca de él para escucharle.

El
elfo seguía canturreando cada vez más bajito, o al menos eso me parecía a mí.
Quizá solo fuera que el cansancio iba venciendo mi resistencia y empezaba a
sentir la embriaguez que produce el sueño. Centré la poca atención de la que
disponía en Yunuén, busqué la mochila y como ya venía siendo lo habitual, la
muchachita la protegía entre sus brazos y su regazo. Elivyän se levantó
perezoso, cogió un par de troncos y los puso sobre las brasas, chisporrotearon
al entrar en contacto con el calor, el elfo protesto entre dientes y después de
un rato soplando suavemente, las llamas brotaron de nuevo.
-
Puedo
hacer el primer turno si estás muy cansado –susurró.
-
¿Crees
que será necesario montar guardia?
-
No
parece que vaya a venir nadie, pero tampoco sabemos si el dueño de la mansión contaba
con tener invitados esta noche -una sonrisa asomó a sus labios.
-
Tienes
razón. Pero en el caso de que decidiera venir esta noche con la que está
cayendo, no solo sería un insensato,
también sería un inoportuno –le devolví la sonrisa con las pocas fuerzas que me
quedaban-. Aunque no pensaba precisamente en una persona.
-
¿En
qué pensabas, entonces?
-
Quizá
en algún tipo de animal –miré hacia los muchachos y las pieles que formaban
parte de sus lechos- Creo que podemos deducir que este bosque alberga por lo
menos osos, y desde luego lobos.
-
Si,
los hemos oído en varias ocasiones –miró hacia la puerta-. Creo que aguantará.
Está bien atrancada.
-
De
acuerdo. Durmamos pues, pero mantén un ojo despierto –le guiñé un ojo y me gire
hacia la pared, sonriendo. Le oí protestar durante un rato hasta que por fin se
hizo el silencio.
Buenos días maja, cuánto tiempo sin leerte, otro trozo genial de tu magia nos traes para que la disfrutemos de nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo