
-Tú y yo estamos malditos Raven, amigo mío… estamos condenados y no sólo a la eternidad.
Fue entonces cuando resolví formar parte de la conversación que sin duda Emaleth estaba evitando mantener conmigo. Me incorporé en el asiento apoyando los codos en las rodillas, mientras ella había dejado el fuelle a un lado del hogar y estaba acariciando al cuervo con el dorso de la mano, me miró fijamente esperando mi reacción. Esperé paciente a que estuviera preparada para contarme lo que estaba pasando, aunque en mi interior la curiosidad se iba haciendo cada vez más fuerte.
- Supongo que sabrás que hace ya casi un año desde que volví a despertar –hizo una pausa esperando mi respuesta.
- Lo sé, Valkiria me lo contó en alguna ocasión pero no me dio detalles, tan sólo que Selil te trajo de vuelta con magia negra –contesté mientras asentía con la cabeza. Me miró esbozando una sonrisa amarga.
- Así es, ella me trajo de regreso. Mentiría si te dijera que fui consciente de donde estaba o de lo que sentí mientras estuve allí –seguía acariciando al cuervo distraídamente mientras hablaba conmigo– pero de algo si estoy segura Marcus, tan segura como estoy de que tú y yo estamos hablando de ello ahora mismo. Hay algo dentro de mí, algo que según van pasando los días me controla cada vez más, algo que me consume –tiró de uno de sus guantes de encaje negro y me mostro el antebrazo; lo examiné con cuidado-. Al principio –prosiguió con su relato– tan sólo era una mancha, algo informe, borroso, una mancha que más que doler molestaba, pero poco a poco ha ido perfilándose, tomando forma… y según la mancha se va definiendo noto como el mal que me consume crece dentro de mí, toma fuerza en mi interior y día a día lo voy viendo más claro –giró la cara hacia el cuervo y le dedicó una sonrisa abatida–, este símbolo representa a un cuervo con las alas desplegadas, es aquél que se te llevó amigo mío –su melodiosa voz pareció quebrarse al pronunciar las últimas palabras.

Me quedé un tanto aturdido, no supe que decir ni que hacer en ese momento, sentía la necesidad de tranquilizarla, pero las palabras huyeron de mi boca, sólo pude mirarla perplejo. ¿Cómo era posible que Emaleth portara algo tan terrible en su interior? Algo que la consumía lentamente, ¿pero que podía ser? ¿Por qué Selil no lo había previsto? Tantas y tantas dudas me invadían en ese momento que no pude articular ni una sola palabra. Emaleth notó mi turbación y continuó hablando.
- Desde que ese cuervo apareció en mi muñeca he ido experimentando cosas cada vez más extrañas, cosas que nunca antes de El Despertar me habían sucedido. Lo he estado ignorando cuanto he podido, pero sé que, más bien temprano que tarde, tendré que afrontar la realidad. Tendré que marcharme… hasta que consiga averiguar qué es esto que porto, o al menos, consiga dominarlo. Lo entiendes, ¿verdad, Marcus? –me instó intentado que volviera a centrarme en la conversación y pudiera abandonar, al menos de momento, la conmoción que me había supuesto enterarme de aquella espantosa noticia.
- Vas a marcharte entonces –balbucí en un tono de voz que sonó un poco grotesco.
- Así es, he de hacerlo. Pero tú puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que necesites, puedes disponer de mi casa como si fuera la tuya, toma –extendió la mano para ofrecerme la llave del caserón.
- Te lo agradezco Emaleth, supongo que sabes el motivo que me trae de vuelta –dije mientras la cogía.